Cuesta imaginar que Ione Belarra fuera ministra de Pedro Sánchez hace menos de dos años. Podemos ha roto todos los puentes con el Gobierno, que carece de interlocución de confianza con la líder morada, según narran en el Ejecutivo.
El partido, como relatan fuentes al tanto de la estrategia política, «está empeñado en ir a elecciones» y no va a dar oxígeno a Pedro Sánchez. La hostilidad entre los otrora socios de gobierno es total.
Es más, Podemos cree que el ímpetu del presidente del Gobierno por presentar un proyecto de Presupuestos Generales del Estado (PGE) obedece a un calculado plan: retratarles como culpables de la ausencia de unas cuentas y precipitar, así, un adelanto electoral.
Lo cierto es que, según admite una fuente que conoce como pocas la maquinaria morada, «el apoyo de Podemos a las cuentas es casi imposible». «Y si finalmente se produce, se va a vender muy caro», apostilla. El precio lleva meses en el mostrador: la intervención drástica en el mercado del alquiler para bajar el precio de la vivienda, la ruptura total de relaciones diplomáticas con Israel y ni un euro más a Defensa.
En Moncloa admiten que no pueden comprar las exigencias moradas. Los Presupuestos aparecen como un rompecabezas imposible para el Gobierno, que tiene que hacer auténticos malabares para conjugar los intereses de fuerzas tan dispares como Junts y el PNV con los de ERC y Bildu, ya que se mueven en coordenadas ideológicas contrarias. En cualquier caso, los socios del PSOE en Moncloa se mueven en la falta de certezas.
Sumar también ve al presidente preparando el relato con las cuentas para una posible llamada a las urnas, aunque dudan de su efectividad: «Como si Koldo y compañía desaparecieran con el relato del culpable de que no haya Presupuestos», zanjan. No obstante, las fuentes consultadas en la formación de Yolanda Díaz admiten la «impredecibilidad» de Sánchez. «A saber qué haría si no se aprueban», remachan.
En verdad, el contexto político que afronta el líder socialista, salpicado por varios escándalos de corrupción, ha encarecido el precio de las demandas de los partidos que le dieron la investidura. Además, la crisis en el liderazgo de la izquierda lo mancha todo.
El peso político de Díaz no es el que fue. Y eso ha permitido a Podemos encender los altavoces para situarse como la referencia de su espacio político. Todos los partidos que conforman la coalición de Sumar demandan sus parcelas de poder. En menos de dos años se ha pasado del todos a una al cada uno por su cuenta.
Y en ese interín, los morados advierten día sí y día también de que ellos son la auténtica garantía de que el Ejecutivo adopte medidas de izquierda. De manera que la hiperactividad de Podemos se entiende solo en un sentido electoralista. Por eso, se desgañitan exigiendo al Gobierno imposibles para lograr sus cuatro votos.
Muestra de la crisis que vive la izquierda es la propuesta que hizo el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, de armar una alianza electoral que aglutine a todas las fuerzas de izquierda nacionalista, independentista y confederal para impedir una mayoría conservadora en el Congreso.
El Gobierno de coalición ha operado estos años como un pegamento. Todos los grupos, incluido el PSOE y Sumar, junto a ERC, Bildu y el BNG, han sabido aparcar sus diferencias solo para remar juntos contra la derecha.
El proyecto se sustenta en ser todo lo que no sea el PP de la mano de Vox. Y cuando el pez grande, en este caso Ferraz, colapsa, por la cabeza de los políticos de izquierda circula la idea de hacer piña, jaleados por una parte del PSOE, que saluda la iniciativa de Rufián. Todo sea por la coalición. Pero ya no se sostiene. El SOS lanzado por Rufián no ha recibido la respuesta esperada. Tampoco en Podemos, que está más preocupado por el liderazgo de su futura candidata, Irene Montero, que de la confluencia de las izquierdas.