Javier Lambán, presidente socialista de Aragón entre 2015 y 2023, falleció este viernes como consecuencia del cáncer que padecía desde hacía varios años.
Lambán consiguió lo imposible en estos tiempos, mezclar izquierdas y derechas en un pacto de gobierno —el del PSOE con el PAR, CHA y Podemos— que se mantuvo toda una legislatura (2019-2023) y entonar su voz propia durante dos (2015-23) contra el viento y la marea del aparato de su propio partido.
Nació el 19 de agosto de 1957 en Ejea de los Caballeros (Zaragoza), de donde era hijo predilecto. Se movió mucho para ser el líder de los socialistas aragoneses. Y su trayectoria política hace gala de ello. Primero fue concejal y después alcalde de su pueblo, al que volvía cada día al acabar su jornada de trabajo, también en los ocho años de presidente. Más tarde, fue responsable máximo de la Diputación de Zaragoza y se convirtió en presidente de Aragón en 2015, tras los cuatro años de Luisa Fernanda Rudi (PP). Finalizó su carrera en enero de 2025 como senador autonómico.
Consiguió el poder orgánico del partido de la rosa, pero acabó pichándose con sus espinas. Enfrentado a las políticas de Pedro Sánchez, especialmente las que consideraba privilegiadas para Cataluña, Lambán mantuvo esa voz propia que fue el eslogan de su última campaña electoral, la que perdió frente a un Jorge Azcón (PP) que hasta el final lo consideró un duro y desafiante adversario. El hasta entonces líder de los socialistas aragoneses no cambió nunca de discurso.
Más presidente de Aragón que secretario general de su partido, puso por delante la comunidad y protagonizó muchos rifirrafes sonados con Pedro Sánchez. A Lambán el PSOE de toda su vida, el de González, Guerra y Rubalcaba, se le quedó para el libro de memorias, y no se reconocía en el del actual secretario general, más virado a la izquierda de sus socios y hacia un PSC del que el aragonés recelaba.
Enfrentado a Sánchez
Fueron las políticas de Sánchez sobre Cataluña las que dinamitaron una relación que ya de por sí no se cogía ni con pinzas. En un artículo en EL PAÍS, publicado el 23 de junio, Lambán lamentaba la crisis que, a su juicio, sufría la socialdemocracia, en especial en España, donde creía que se había “wokizado”. “El PSOE ha tenido que someterse a las exigencias de socios ajenos a su razón de ser y enemigos de la Constitución”, afirmaba. “El problema es que, como resultado de esa relación, no han sido ellos los que han mutado, sino que el que lo ha hecho ha sido el propio Partido Socialista, siendo la primera damnificada la Constitución, que es tanto como decir la democracia misma”, sostenía.
De Susana Díaz, la oponente de Sánchez en las primarias, llegó a decir que era “una trianera tocada por los dioses de la política”. Así era, de filias y fobias, nada de medias tintas, y nunca se acostumbró a las formas ni fondos del actual secretario general.
Lambán pensaba que Aragón perdía si se quedaba entre la rica Navarra y la que consideraba privilegiada Cataluña, y lo dejó claro hasta el final. No evadía preguntas difíciles, y casi siempre hablaba desde el convencimiento, tuviera o no razón. Y así dijo que le gustaría que lo recordaran. Fue en una entrevista en La Rebotica, que olía a despedida, porque además del avance de su enfermedad, ya había escrito sus memorias.
Con casi 500 páginas, Una emoción política era en realidad un testamento vital. Javier Lambán quería ponerlo negro sobre blanco, agradecer a quien considerara —desde su maestro en Ejea hasta casi todo su equipo como presidente— y dejar bien claro su legado para que nadie se lo apropiara, especialmente el que llegó ganándole en las urnas, el popular Jorge Azcón.
La firma de Lambán y su gobierno están estampadas en la potencia renovable que es ahora la comunidad aragonesa, y también los primeros acuerdos con las grandes tecnológicas que ahora llenan de centros de datos la provincia de Zaragoza. Impulsó la logística que Rudi había dejado renqueante y apostó por el autogobierno, la Constitución y España desde el Aragón pacífico y sin tensiones nacionalistas.
Doctor en Historia, Lambán era muy aragonés, pero no aragonesista, somarda y hasta seco, pero se enternecía hablando de sus nietas y de su visión del territorio. Cuando hace cuatro años anunció que padecía cáncer, lo hizo sin rodeos ni grandilocuencias, subrayando que mantendría su compromiso hasta el final.
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