Las cosas rara vez son blancas o negras.

El cambio climático determinan qué uvas cultivar en España.

La mera definición debería ser matizada por el hecho de que la Vitis vinifera lleva siglos viajando por el mundo, y lo que era extranjero hace unos siglos, ahora se siente totalmente propio.

Aunque hoy el relato de lo autóctono resulte más atractivo, ahí estaba ese Gran Caus 2002, un tinto del Penedès elaborado por Can Ràfols del Caus con variedades clásicas de Burdeos (cabernet franc, merlot y cabernet sauvignon) que casi 20 años después se mostraba magnífico, especiado, sedoso, con los recuerdos de sotobosque que dan estas uvas, y un perfil algo más maduro que el que cabe esperar en su región de origen teniendo en cuenta el viaje desde el estuario del Gironda a un paisaje netamente mediterráneo.

No toda esta superficie se traduce en vinos de calidad y no siempre estas uvas se cultivan en los lugares más adecuados, pero esto también pasa con las de aquí (la tempranillo es el mejor ejemplo). Hoy las decisiones sobre qué plantar no tienen que ver tanto con las modas, sino con lo que funciona mejor en cada sitio. Por eso otra uva de Burdeos, la merlot, que en España tiende a madurar demasiado rápido, va perdiendo terreno mientras que la syrah, originaria del Ródano y de espíritu mediterráneo, se ha extendido como la pólvora. Y eso que productores de referencia como José María Vicente, de Casa Castillo en Jumilla, advierten de que empieza a estar un poco al límite en zonas cálidas.

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